Un faro siempre es sinónimo de soledad, de aislamiento, al menos en la mayoría de ocasiones. Los faros que están en islas, ubicados estratégicamente para guiar a los barcos en zonas especialmente peligrosas, son especialmente indeseados por los fareros. De hecho, se cuenta que durante el tiempo que estuvo activo y necesitó de cuidados, el Faro de Columbretes era el peor destino para cualquier farero español. Su aislamiento, en una isla donde en aquel momento solo viviría el propio farero y su familia, hacían de él un sitio poco agradable.
Las cosas han cambiado mucho en este siglo y medio que el faro lleva erigido. Se empezó a construir en 1856, y tardó algo más de tres años en terminarse. El 30 de diciembre de 1859 el faro se estrenó oficialmente, con una lámpara de última tecnología adquirida a una empresa francesa. Durante décadas, la familia que vivía allí fue la única que habitara Illa Grossa. La guerra supuso un pequeño inciso en las actividades del faro, cuando el Ejército se hizo cargo de las instalaciones.
Las devolverían poco después, y justo al cumplirse un siglo de su construcción, se llevarían a cabo trabajos para su automatización, como tantos otros faros aislados del país. Años más tarde se convirtió en uno de los primeros en funcionar enteramente con energía solar, gracias a la inclusión de placas. En la actualidad, el faro está gestionado por la Comisión Portuaria de Castellón, y es cuidado por un técnico que viaja desde Castellón realizando visitas periódicas para su mantenimiento.
Es, sin lugar a dudas, uno de los lugares más icónicos de las Columbretes. Algunos incluso han tenido la fortuna de navegar por sus cercanías estando encendido, y aseguran que la luz que emerge de él es mágica. Los visitantes habituales tienen que conformarse con verlo durante el día, majestuosamente erguido sobre la costa.